Se molestaba con tan solo recordar. Odiaba ese sentimiento tan profundamente enterrado en su ser y aunque sabia en su interior el por que detestaba eso, no podía confrontarlo.
Se negaba a aceptar el hecho de que ya no volverían a estar juntos y que le había dicho adiós de la manera más estúpida jamás concebida.
Amigos... Su único pensamiento al escuchar esa palabra fue "Pobre estúpida". El sabia que jamás serian amigos y aún así llevó una falsa amistad con la susodicha.
A los meses se cansó de ese ir y venir emocional y decidió eliminarla por completo de su vida. Pero aun en sus noches mas jodidas y en los momentos en que más se sentía vulnerable no podía impedir que su recuerdo lo acechara.
Nunca pudo expresarse de Ella de una manera ofensiva. Y eso lo odiaba. Ella merecía toda su ira, enojo, frustración y sentimientos mas jodidos. Pero no podía. La quería al parecer. O tal vez solo era su capricho no cumplido.
Soñar con su tersa piel sobre su cuerpo, sus labios rosas humectados, el vaivén de sus senos cuando caminaba desnuda en la habitación, su cintura que lo volvía loco.
Luchaba contra esos recuerdos, luchaba con todas sus ganas.
Hasta que un día no pudo más. Se deschabetó, se volvió loco, se jodió la vida. Chingo a su madre el tipo.
La primera fue una chica que iba en la preparatoria cerca de su casa. Bajo el argumento de haber perdido sus llaves en la coladera la engatusó diciéndole que sus pequeñas manos solo podían introducirse en la rendija tan pequeña. En el momento en el que ella se agacho a buscar las llaves, El descargó una piedra sobre su humanidad.
No la mató, eso lo haría después. Con calma.
Metió el cuerpo en su automóvil con dirección a su casa. En la intimidad de su cochera la bajó.
Esperó pacientemente a que recuperara el conocimiento. Había ocupado el tiempo plastificando el lugar donde llevaría a cabo la satisfacción de sus necesidades. Ató sus brazos y piernas y le colocó una mordaza. Estaba de más tomar todas esas precauciones, el cuarto a prueba de ruidos que escaparan al exterior, ningún vecino cerca y ni una manera en que ella pudiera huir.
Ya que recuperó el sentido comenzó a mojarla con agua fría. En ese momento el único pensamiento racional que logró sobrepasar su instinto animal fue el de que los ojos eran verdaderamente la ventana del alma. Los ojos de la pobre pequeña mostraban un terror inhumano, las lágrimas brotaban en grandes cantidades. Los movimientos en vano que intentaban sin ningún resultado escapar de su enfermo captor contorsionaban su cuerpo.
Una risa se dibujo en el rostro de El. No sentía placer sexual de hacerlo, no había erección, no gozo, no calmaba a sus demonios internos. Solo se levantó ese día pensando en asesinar a alguien, en sentir la sangre de otro ser vivo entre sus manos. En ser el dueño de su vida y destruirla. Para que al final un sentimiento de culpa e ira lo atacara y lo hiciera sentir una mierda.
Pero no podía luchar contra eso. Más bien no quería.
Comenzó a hacer pequeñas heridas sobre la piel de la joven, pequeñas incisiones nada profundas.
La chiquilla comenzó a emitir lo que parecían gritos pero que ahogados bajo la mordaza parecían pequeños chillidos de ratas.
Se aburrió rápidamente de eso. En un momento su ira se encendió y comenzó a golpearla en las costillas y el estomago repetidamente.
Ella no perdió el conocimiento. Le pareció valeroso y en un momento de razonamiento pensó en liberarla y cumplir su castigo. Pero su instinto rápidamente recuperó el poder e introdujo en su cabeza la idea de asfixiarla pero sin matarla. Solo ver el sufrimiento de la falta de oxígeno y la desesperación al sentirse ahorcada.
Diez veces lo hizo, diez veces Ella se sintió morir.
Necesitó escuchar su voz. Aflojó la mordaza y entre balbuceos y atragantamientos le dio un beso.
No le preocupaba que encontrarán rastros de ADN en su cuerpo después que la matara. Nunca la encontrarían. Saliva y sangre fue lo que saboreo y un dejo dulzón. Posiblemente había comido algún dulce antes de toparse con El.
Acarició su cara y su cabello hasta llegar al lugar donde había impactado la roca con la cual la había dejado inconsciente. Una plasta de sangre coagulada, cabellos y piel mostraban un patrón distinto a toda la cabeza. Hizo presión en el lugar y la sangre volvió a brotar, inundando la cara de Ella en sangre.
Luego de un ligero titubeo y de que entendiera que pasaba, Ella soltó un ligero gemido acompañado de un grito después. El la dejo por unos instantes, nadie la escucharía. Hasta que se cansó y la calló de un golpe que le desencajó la quijada y le hizo perder el conocimiento.
Y volvió a pensar en Ella, la que le había provocado asesinar. Y se sintió morir por dentro.
Continuará...